Hoy dedico el día a acabar de
visitar Antigua. Tras desayunar en el mismo café que ayer, me acerco a la zona
oeste del Parque Central, adyacente a mi hotel, donde están situados el
Claustro de San Jerónimo y el Convento de la Recolección.
Como casi todas las iglesias y conventos históricos de Antigua se encuentran en ruinas, como consecuencia del terremoto de 1773 y de movimientos sísmicos anteriores. El hecho de que estén en ruinas no impide que cobren una entrada bastante cara, de 40 quetzales, para entrar a cada uno de ellos, como sucede también en otros monumentos de la ciudad.
No resulta demasiado lógico, porque te cobran
prácticamente lo mismo (a veces menos) por visitar monumentos importantes que
otros en los que solo hay un puñado de ruinas. Para mayor abundancia, el precio
para extranjeros cuesta ocho veces más que el de los nacionales. Me parece
lógico que saquen dinero del turismo extranjero, pero la proporción me parece
excesiva. En todo caso, como tengo tiempo y ganas de ver todos los monumentos,
acabaré pagando casi todas las entradas, con alguna excepción.
Cuando acabo de visitar el
Convento de la Recolección, me desplazo hasta el mercado, situado junto a la
estación de autobuses, en el extrarradio de la zona central.
En realidad, hay
dos: un mercado de antigüedades (básicamente para turistas) y otro en el que
venden comida, ropa y otros enseres, en el que prácticamente no se ven
extranjeros.
De camino al centro, paro en el
antiguo Monasterio de los Jesuitas, hoy rehabilitado como sede de un centro de
formación de la Agencia Española de Cooperación Internacional. La restauración
se ha hecho con gusto, y el lugar resulta muy agradable.
Ya en el centro, aprovecho para
llamar por teléfono a Feli desde un locutorio y subo a la planta alta del
ayuntamiento, que ayer estaba cerrada y desde donde se divisan buenas vistas
del Parque o Plaza Central. Luego, paso al interior de la que en época colonial
fue la Universidad de San Carlos de Borromeo, para ver su patio exterior. Hoy
en día es un museo de arte colonial, al que no entro. Me desplazo a la parte
este de la plaza y visito la Iglesia y el Convento de San Francisco, donde se
conserva la tumba del único santo guatemalteco (canonizado en 2002 por Juan
Pablo II): el predicador tinerfeño Pedro de Betancourt, o Hermano Pedro, como
se le conoce en estas tierras, un franciscano que realizó una encomiable labor
de protección de los indígenas más pobres.
En el museo de la iglesia impresiona
ver las muletas y los testimonios de los que dicen haber objeto de curaciones
milagrosas por su intercesión. Aunque tengo hambre, aguanto un rato, para
visitar el penúltimo convento que me queda por conocer: el de Santa Clara,
fundado en 1699.
Tras almorzar en el mismo
restaurante que ayer (soy un hombre de costumbres, lo reconozco), me acerco al
Convento de Capuchinas,
donde destaca una torre circular con las celdas en las
que se alojaban las monjas. Por último, regreso al Convento de Santo Domingo,
donde estuve ayer, para ver su chocolatería, que ayer estaba cerrada.
Con esto doy por concluida mi
visita diurna a Antigua. Regreso caminando al hotel y subo un rato a la azotea
a leer y ver anochecer.
Sobre las ocho saldré a cenar para no acostarme demasiado tarde. Mañana a las ocho salgo para el Lago Atitlán, la última etapa en este periplo guatemalteco.
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