lunes, 30 de diciembre de 2013

Mi Amazonas particular


Me levanto a las 6 para estar desayunando a las 7. Antes de las siete y media, que es la hora a la que habíamos quedado, llega Carlos, un chico joven que viene a buscarme para llevarme en coche hasta Sayaxché, donde tengo que tomar la lancha para llegar a Punta de Chiminos. El viaje hasta Sayxché dura unas dos horas y media. La distancia no es demasiado grande (más o menos, 130 kilómetros) pero hay muchos tramos de carretera donde hay que conducir despacio: baches, gente caminando al borde de la carretera, perros  y cerdos que se cruzan…

En Sayaxché cambio de transporte. Tomo una lancha para llegar hasta el hotel Punta de Chiminos, donde me hospedo, a orillas del lago Petexbatún, en una isla artificial que construyeron los mayas. Este fue, de hecho, el lugar donde se refugió una de las principales civilizaciones mayas, antes de desaparecer, según una de las hipótesis al respecto que barajan los arqueólogos.

La historia sería la siguiente. En el siglo VII d.c., uno de los príncipes de Tikal, Balaj Chan K’awiil, fue enviado, cuando contaba tan solo con cuatro años de edad, a reinar en una ciudad vecina: Dos Pilas, que tenía un valor estratégico para controlar el Río Pasión, una de las principales vías de comunicación de los mayas. Se cree que en esa época Tikal estaba en guerra con Calakmul, otra ciudad maya, hoy día situada en México.  En su reinado, Balaj Chan K’awiil fue derrotado por Calakmul, de quien se convirtió en vasallo, enfrentándose en su nombre al rey de Tikal, uno de sus hermanos, quien fue llevado a Dos Pilas y sacrificado. En el siglo VIII Dos Pilas fue atacada por una ciudad vasalla: Tamarindito. Las ciudades maya no tenían apenas protecciones militares, algo que los historiadores han interpretado como evidencia del carácter “ritual” de los conflictos armados. Las guerras entre las ciudades suponían la captura y sacrificio del rey rival, y de sus más allegados, pero no implicaban la muerte o esclavitud del “pueblo común”, ni la destrucción de la ciudad conquistada.

En el periodo en que Dos Pilas fue atacado esto pudo empezar a cambiar, lo que para algunos arqueólogos explicaría la desaparición repentina, en poco más de cien años, de toda la civilización maya. En Dos Pilas se han encontrado restos de murallas y fortificaciones militares, en algunos casos erigidas a costa de la destrucción de los palacios y templos, lo que evidenciaría la desesperación de los habitantes de la ciudad por protegerse. Ante estos ataques, de una violencia desconocida hasta ese momento, la nobleza de Dos Pilas se trasladó a Aguateca (la segunda ciudad más importante del país), confiados en que allí podrían resistir cualquier invasión, pues Aguateca está protegida por una barrera natural, siendo accesible únicamente a través de una profunda sima, a modo de desfiladero. Lamentablemente para ellos, Aguateca acabó siendo destruida. Una teoría sostiene que el ataque tuvo lugar desde Punta de Chimino, donde está situado mi hotel. Pero la teoría más extendida mantiene que  Punta de Chimino fue fundada por los supervivientes de Aguateca. Se trata de una península, que los mayas convirtieron en una isla, excavando tres grandes fosos, que se inundaban con el agua del río, y que contaba con una empalizada defensiva para separar los distintos fosos. Punta de Chiminos habría sido el último enclave maya. En los senderos del hotel se conservan algunos restos arqueológicos: una estela y un juego de pelota, sin excavar; y se puede ver uno de los fosos y el lugar donde estaba situada la empalizada militar. 

El viaje en lancha hasta Chiminos es simplemente espectacular. No hay palabras para describir la belleza del paisaje a medida que avanzamos por el río Petexbatún, primero, y por la laguna del mismo nombre, después. En algunos tramos el río es ancho, con fértil vegetación en las orillas. En ocasiones, nos metemos por “atajos”, según los denomina el lanchero, aprovechando que el río todavía tiene caudal suficiente en esta época del año. Así, navegamos por canales estrechos, con las ramas de los árboles golpeando la lancha. Es, simplemente, uno de los mejores viajes que he tenido la oportunidad de hacer por río. Se trata, me atrevería a decir, de mi Amazonas particular, pues salvo al comienzo del viaje, cuando encontramos algunas canoas que transportan madera, recorremos el río en completa soledad, admirando el paisaje y disfrutando de la tranquilidad del paisaje, interrumpida tan solo por algún avistamiento de animales: monos, una tortuga y un cocodrilo.


Llegamos al embarcadero del hotel una hora después. El hotel es impresionante. Cinco cabañas en plena selva, provistas de un porche con vistas al río.

En la puerta de mi cabaña (la Norte 1) me entretengo observando a un mono araña mientras come colgado boca abajo. También veo, y sobre todo escucho, monos aulladores.


Las cabañas, por otra parte, son inmensas y con una decoración preciosa, con mosquiteras en vez de paredes y techo, lo que incrementa la sensación de estar rodeado de selva. En fin, un verdadero lujo, con mayúsculas. Almuerzo en el porche cubierto del hotel, junto al embarcadero. La comida, muy buena, aunque para postre me ponen un plato repleto de sandía, la única fruta que aborrezco, junto con el melón, y que ya me tocó comer antes de ayer, por eso de no dejártelo en el plato. Esta vez no va a ser menos y engullo los trozos de sandía con fruición. Me recuerda a cuando mi amigo Luis Alberto y yo estuvimos, de niños, en un campamento en Sanlúcar de Barrameda, dirigido por uno de sus tíos, y este se empeñó en que comiésemos todo aquello que no nos gustaba, incluyendo, cómo no, abundante sandía. 

Tras el almuerzo salimos para Aguateca. Armando, el lanchero, que en tiempos fue marinero, me pregunta si prefiero hacer el viaje hoy o dejarlo para mañana. Aunque en principio dudo, creo que prefiero hacer la excursión hoy y aprovechar el día de mañana para descansar y disfrutar del entorno de Chiminos. El viaje a Aguateca supone otros 20 minutos de espectacular navegación hasta llegar al embarcadero del yacimiento.
Recorremos Aguateca totalmente solos, Armando y yo, salvo por una pareja colombiana y americana que encontramos en un momento dado. La primera parte del recorrido implica descender por senderos hasta llegar a la gran grieta.

Caminamos despacio, porque el terreno es muy resbaladizo. Nos ponemos de barro hasta las cejas, pero el recorrido merece la pena. Paramos en un mirador donde pueden contemplarse el río y la laguna. Charlando con Armando, me dice que soy de los pocos turistas que viaja solo. En realidad, todo hay que decirlo, el norte de Guatemala es, por lo que he podido comprobar hasta ahora, una zona relativamente virgen para el turismo extranjero. Tienen unos sitios de belleza incomparable casi sin explotar. Esto puede tener el inconveniente de disuadir un turismo masivo, pero resulta una verdadera gozada a poco que uno esté dispuesto a viajar de manera independiente. Puedes visitar ruinas y selvas espectaculares prácticamente solo, sin que te asalte ningún vendedor o atrapa turistas y disfrutando de momentos de verdadera tranquilidad. La cruz de la moneda: sí, la seguridad. Armando se queja de que muchos visitantes dejan de venir a Guatemala por miedo a la falta de seguridad, un temor exacerbado por Internet, según dice.


él mismo me reconoce que soy uno de los pocos viajeros que viaja en solitario y admite que los grupos grandes suelen contratar seguridad armada. Me cuenta que también en esta zona ha habido asaltos en el pasado en la carretera que lleva a Flores, y que incluso hace un par de años atacaron una lancha en el río. De momento, yo no he tenido ningún problema, quizás porque la cosa está ya más tranquila desde hace un par de años, como afirma Armando.    

El trayecto por la grieta es corto, pero intenso, pues hay que ir descendiendo primero y ascendiendo después por entre las rocas, agarrándose a los asideros en algunos tramos. Al salir de la grieta llegamos al lugar donde se encuentran los restos de los palacios y otras construcciones civiles. Vemos también reproducciones de algunas estelas y alguna construcción religiosa.


En general, Aguateca me parece imponente, no solo por las ruinas, relativamente pequeñas, sino sobre todo por el entorno y la tranquilidad. Parece mentira que un sitio como este sea tan poco conocido. En otras circunstancias, haría colas de turistas para visitarlo. En cambio, a la salida, me fijo en el libro de visitas (ni siquiera hay una taquilla o un guardia) y veo que, en la última semana, el día que más personas ha habido ha sido cinco. Otro día han venido tres visitantes; otro, dos…

Regresamos navegando hasta el hotel, con la luz más baja y por tanto con el paisaje aún más bonito. En el hotel hay ocupada únicamente otra cabaña, con un matrimonio, formado por un guatemalteco y una norteamericana, y sus dos hijos. Paso un rato en el porche de mi cabaña admirando el paisaje y observando a los monos. Como, sorprendentemente, hay cobertura de móvil, aprovecho para reservar el asiento de mi vuelo de vuelta. Queda aún un asiento junto a la salida de emergencia. Son 65 euros de coste, frente a los 30 de un asiento normal, pero agradeceré mucho el espacio extra, al igual que a la ida.

Al rato, bajo al embarcadero y a la zona del restaurante. Veo que el otro grupo ya está cenando, aunque son solo las cinco. Me preguntan a qué hora quiero cenar yo, teniendo en cuenta que la luz la dan únicamente cuatro horas, de cinco y media a nueve y media. Respondo que a las cinco y media está bien. Me siento a ver anochecer desde el embarcadero y charlo un rato con el lanchero. La cena está nuevamente muy rica, y esta vez de postre acabamos con mousse de chocolate. ¡Dónde va, en comparación con la sandía! Tras la cena, charlo un rato con el matrimonio. Dan la luz, pero dura poco tiempo, porque se estropea, aunque realmente se agradece estar a oscuras en el embarcadero. Poco antes de que vuelva la luz, el matrimonio se retira. Al cabo, yo hago lo propio. Aprovecharé las horas de electricidad para escribir esta entrada del diario, aunque la suba a Internet dentro de unos días, y para estar un rato sentado a oscuras en el porche de la cabaña. Luego a dormir, que los monos aulladores harán de despertador temprano. De hecho, a la que escribo estas líneas, los oigo moviéndose por las ramas.


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