Hoy toca descanso. Me despierto sobre las siete y media, a pesar de que amanece antes y de que la cabaña no tiene paredes. En realidad, me despierta el ruido del agua cayendo. Pienso que es el sonido del agua pasando por las tuberías, pero acabo comprobando que es una fuga de agua debajo de mi cabaña. Bajo a desayunar y le comento al encargado que se ha roto una cañería (de hecho, no hay agua en el lavabo). El matrimonio que se hospeda en Chiminos con sus hijos me invita a unirme a ellos para desayunar. Él trabaja como profesor y director de un departamento de medio ambiente en la universidad y ella enseña inglés a niños. Después, ellos se marchan a visitar Aguateca y yo regreso a mi cabaña. Cuando arreglan la tubería, me doy una ducha. Con agua fría, eso sí, porque el agua caliente no funciona. Más tarde, veo al encargado cambiando las pequeñas bombonas de las cabañas y me comenta que se han acabado y por eso no había agua caliente. Mañana habrá más suerte, quizás.
Paso casi toda la mañana paseando
por los senderos de la isla. La naturaleza es abrumadora. Un paisaje selvático
repleto de animales y de vegetación apabullante. Veo y escucho multitud de
pájaros, monos araña y monos aulladores. Aunque la isla es pequeña, estoy
totalmente solo en los senderos, lo que proporciona la sensación de estar
perdido en mitad de la jungla. Visito los restos arqueológicos, incluyendo una
pequeña estela, y también veo los otros cuatro bungalows, repartidos por la
isla. Dos de ellos tienen pinta de no haber sido utilizados en mucho tiempo, lo
que confirma mi impresión de que esta zona tiene muy poco turismo. Aprovecho también el paseo para reflexionar
sobre los acontecimientos pasados --la muerte de Zira, el trabajo, esa
sensación de soledad de las últimas semanas-- y para pensar en el futuro. La
conclusión principal: aquella a la que llego siempre. La importancia de
aprovechar el día a día, porque la vida siempre resulta breve. En cierto
sentido, este viaje forma parte de ese buen propósito,
De vuelta a la cabaña, leo un
rato antes de almorzar. Después de la comida me despido del matrimonio y sus
hijos, que prodiguen el viaje. Leo otro rato en el muelle del restaurante y en
el porche de mi cabaña, doy otro paseo meditativo por la isla al caer la tarde
y bajo al muelle antes de cenar. Charlo con dos americanas que llegaron hace un
rato y que me invitan a unirme a ellas para cenar. Y con esto se acaba el día.
Un día de descanso como no tenía otro desde hace tiempo. Pero también un día
que trae a la memoria los fragmentos de esa vida diaria que he dejado atrás por
un breve intervalo de tiempo, en ese limbo que siempre son las vacaciones.
Mañana, decido, iré a Ceibal, otro de los principales yacimientos mayas.
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