Ya en tierras guatemaltecas. Llego
al aeropuerto sobre las diez y media de la noche y a la salida, tras pasar
inmigración y la aduana, me está esperando un taxi del Hostal Villa Toscana,
como habíamos acordado. El viaje en avión hasta Panamá ha sido muy cómodo.
Tenía la salida de emergencia, lo cual es una auténtica gozada, porque el
espacio es más del doble de lo normal: puedes estirar las piernas y moverte un
poco. A mi lado viajaba el marido de una azafata, con sus hijos detrás, que se
han portado bastante bien, todo hay que decirlo. He dormido un par de horas,
pero poca cosa.
Lo más pesado, la escala en
Panamá. Son más de cinco horas y encima coincide con las horas de la madrugada
en España, que es el biorritmo con el que sigo. En una hora me recorro las
tiendas del aeropuerto. Y me quedan cuatro más…
Esta mañana, justo antes de
salir, he descubierto que mi viejo netbook no cargaba; así que lo he tenido que
dejar en casa y traerme el ordenador de la Uni. Pesa menos (poco más de un kilo),
pero la batería no aguanta ni dos horas, frente a las siete u ocho del netbook.
De modo que, en la escala, me he sentado en el suelo del aeropuerto de al lado
de un enchufe a cargarlo. Como “compensación”, el aeropuerto de Panamá
proporciona dos horas de Wifi gratuito, lo que permite pasar parte del tiempo
consultando los periódicos. Ya podían aprender en Barajas…
Los trámites de inmigración y de
aduana van muy rápidos, y a las 11 estoy en el hotel, que está realmente cerca,
a un minuto en coche, en una urbanización cerrada con vigilancia, por lo de la
seguridad.
Ahora a descansar, que mañana me
toca salir de nuevo al aeropuerto para coger el vuelo de las seis de la mañana
hacia Flores. De allí, directo al Parque Nacional de Tikal, uno de los puntos
fuertes del viaje.
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