A pesar de que está nublado y
llueve un poco, el madrugón merece la pena. A las cuatro y media emprendemos
una pequeña caminata hasta llegar a una de las pirámides del parque. Por el
camino, el guía nos señala un par de huellas de jaguar. Al llegar a la pirámide,
nos unimos a un grupo más grande, con un guía del parque. Comenzamos una marcha
de unos cinco kilómetros. El guía del parque es realmente bueno y las
explicaciones que da sobre las pirámides, estelas y altares merecen la pena. Como
curiosidad, algunos de los altares tienen grabada la figura de una persona
atada, una alusión a los sacrificios humanos que los mayas practicaban en
homenaje a sus deidades, al igual que otros pueblos prehispánicos. Incluso,
parece ser que en el juego de la pelota se sacrificaba al vencedor, que lo
consideraba un gran honor.
Sobre las cinco y media llegamos
al Templo IV, el Templo de la Serpiente Bicéfala, desde donde vamos a
contemplar el amanecer. El nombre proviene de uno de los grabados del dintel de
la pirámide, actualmente en un museo de Suiza. Se trata de la pirámide más alta
del parque (70 metros) y de todo el mundo maya. Aunque el día sigue nublado y
comienza a llover con más fuerza, por lo que el amanecer no es particularmente
bonito –y tampoco se aprecia demasiado el “despertar” de los animales—disfruto
de la calma relativa desde lo alto de la pirámide, viendo cómo se va
desvaneciendo la noche.
Tras bajar de la pirámide,
recorremos algunos de los templos que visité ayer, como El Mundo Perdido, una
de las primeras construcciones del parque, así llamada porque su forma es
diferente al resto (pirámide truncada). Era un observatorio astronómico,
alineado con otras pirámides, de modo que su sombra se proyectase en el templo
en determinados momentos del año (solsticios y equinoccios). También vemos la
Gran Plaza de Tikal, tanto de noche como después de amanecer. En parte del
recorrido el grupo se divide en dos: mi guía se queda con los hablantes de
inglés y los hispanohablantes se van con otro. Como me están gustando mucho sus
explicaciones, me quedo con los yanquis. Además, así practico mi inglés
“arqueológico”.
De regreso al hotel, sobre las
nueve y media de la mañana, tomo un “desayuno guatemalteco” (con plátano
frito y huevo, entre otras cosas). En
principio, pensaba descansar un rato, pero como la habitación no está lista y
veo que van más bien lentos decido volver al parque y explorar por mi cuenta
algunos de los templos que visité ayer con la guía.
De camino al templo VI, el más
alejado, me desvío por un sendero de selva, relativamente estrecho a ratos, por
el que voy totalmente solo.
Es un paseo de 25 minutos. Muy agradable (salvo por los mosquitos), aunque yo por si acaso no dejo de mirar al suelo por si se mueve alguna rama…
Es un paseo de 25 minutos. Muy agradable (salvo por los mosquitos), aunque yo por si acaso no dejo de mirar al suelo por si se mueve alguna rama…
De regreso a uno de los caminos
principales, se pone a diluviar. Me refugio en una especie de porche cubierto
de uralita, pero al final acabo saliendo con el impermeable, porque media hora
después sigue lloviendo a cántaros. Ya no dejará de llover, salvo a ratos, en
todo el día. De camino al templo VI estoy a punto de darme la vuelta, porque
todo el camino está inundado y no hay por donde pasar. Pero acabo apañándome,
desviándome por un lateral del camino y saltando algunos troncos.
Visito de nuevo el templo VI, el
Palacio de las Acanaladuras, la explanada de los siete templos, donde están los
restos del único juego de pelota triple del mundo, el Mundo Perdido… La verdad
es que disfruto mucho de volver a ver los templos con calma, a mi aire, y casi
solo. Claro, que con el barrizal que hay en algunos caminos cualquiera se
aventura por ellos. La excursión me sirve para darme cuenta de la inmensa
importancia del yacimiento, a la altura de otros grandes monumentos, como las
pirámides de Gizah o los templos de Angkor. A esto se suma el entorno natural. Cuando volvía del templo VI se escuchaba a los monos aulladores. El sonido es impresionante.
Acabo la excursión nuevamente en
la Gran Plaza, con sus dos pirámides enfrentadas: por una parte, la Pirámide
del Gran Jaguar, donde se encontró la tumba de uno de los principales reyes
mayas; el Señor Cacao, así llamado porque uno de sus símbolos era una semilla
de cacao.
Por otra, la Pirámide de las Máscaras, con una vista espectacular de la plaza, y dedicada a una de las esposas del Señor Cacao.
A los lados, la acrópolis norte y central, con sus templos, palacios y tumbas. Realmente, el sitio merece la pena.
Por otra, la Pirámide de las Máscaras, con una vista espectacular de la plaza, y dedicada a una de las esposas del Señor Cacao.
A los lados, la acrópolis norte y central, con sus templos, palacios y tumbas. Realmente, el sitio merece la pena.
Decido perdonar la comida, me
apaño con un par de gominolas que he traído de Alcalá (cortesía de la UAH, por
cierto: aunque se suponga que están caducadas están bien ricas) y me quedo en
lo alto de uno de los templos de la Gran Plaza leyendo un rato en el Ebook.
Sobre las tres y media se vuelve a poner a llover fuerte y decido emprender el
regreso al hotel. Estoy cansado, lo cual no es de extrañar, porque llevo casi
doce horas sin parar, desde las cuatro de la mañana, salvo por el rato del
desayuno.
Intentaré descansar un poco,
darme una ducha y afeitarme, cenar e irme pronto a la cama. Mañana llega la
excursión a Punta de Chimino, con otra experiencia de selva.
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