jueves, 26 de diciembre de 2013

Amanecer en Tikal



A pesar de que está nublado y llueve un poco, el madrugón merece la pena. A las cuatro y media emprendemos una pequeña caminata hasta llegar a una de las pirámides del parque. Por el camino, el guía nos señala un par de huellas de jaguar. Al llegar a la pirámide, nos unimos a un grupo más grande, con un guía del parque. Comenzamos una marcha de unos cinco kilómetros. El guía del parque es realmente bueno y las explicaciones que da sobre las pirámides, estelas y altares merecen la pena. Como curiosidad, algunos de los altares tienen grabada la figura de una persona atada, una alusión a los sacrificios humanos que los mayas practicaban en homenaje a sus deidades, al igual que otros pueblos prehispánicos. Incluso, parece ser que en el juego de la pelota se sacrificaba al vencedor, que lo consideraba un gran honor.

Sobre las cinco y media llegamos al Templo IV, el Templo de la Serpiente Bicéfala, desde donde vamos a contemplar el amanecer. El nombre proviene de uno de los grabados del dintel de la pirámide, actualmente en un museo de Suiza. Se trata de la pirámide más alta del parque (70 metros) y de todo el mundo maya. Aunque el día sigue nublado y comienza a llover con más fuerza, por lo que el amanecer no es particularmente bonito –y tampoco se aprecia demasiado el “despertar” de los animales—disfruto de la calma relativa desde lo alto de la pirámide, viendo cómo se va desvaneciendo la noche.

Tras bajar de la pirámide, recorremos algunos de los templos que visité ayer, como El Mundo Perdido, una de las primeras construcciones del parque, así llamada porque su forma es diferente al resto (pirámide truncada). Era un observatorio astronómico, alineado con otras pirámides, de modo que su sombra se proyectase en el templo en determinados momentos del año (solsticios y equinoccios). También vemos la Gran Plaza de Tikal, tanto de noche como después de amanecer. En parte del recorrido el grupo se divide en dos: mi guía se queda con los hablantes de inglés y los hispanohablantes se van con otro. Como me están gustando mucho sus explicaciones, me quedo con los yanquis. Además, así practico mi inglés “arqueológico”.

De regreso al hotel, sobre las nueve y media de la mañana, tomo un “desayuno guatemalteco” (con plátano frito  y huevo, entre otras cosas). En principio, pensaba descansar un rato, pero como la habitación no está lista y veo que van más bien lentos decido volver al parque y explorar por mi cuenta algunos de los templos que visité ayer con la guía.

De camino al templo VI, el más alejado, me desvío por un sendero de selva, relativamente estrecho a ratos, por el que voy totalmente solo.
Es un paseo de 25 minutos. Muy agradable (salvo por los mosquitos), aunque yo por si acaso no dejo de mirar al suelo por si se mueve alguna rama…

De regreso a uno de los caminos principales, se pone a diluviar. Me refugio en una especie de porche cubierto de uralita, pero al final acabo saliendo con el impermeable, porque media hora después sigue lloviendo a cántaros. Ya no dejará de llover, salvo a ratos, en todo el día. De camino al templo VI estoy a punto de darme la vuelta, porque todo el camino está inundado y no hay por donde pasar. Pero acabo apañándome, desviándome por un lateral del camino y saltando algunos troncos.



Visito de nuevo el templo VI, el Palacio de las Acanaladuras, la explanada de los siete templos, donde están los restos del único juego de pelota triple del mundo, el Mundo Perdido… La verdad es que disfruto mucho de volver a ver los templos con calma, a mi aire, y casi solo. Claro, que con el barrizal que hay en algunos caminos cualquiera se aventura por ellos. La excursión me sirve para darme cuenta de la inmensa importancia del yacimiento, a la altura de otros grandes monumentos, como las pirámides de Gizah o los templos de Angkor. A esto se suma el entorno natural. Cuando volvía del templo VI se escuchaba a los monos aulladores. El sonido es impresionante. 

Acabo la excursión nuevamente en la Gran Plaza, con sus dos pirámides enfrentadas: por una parte, la Pirámide del Gran Jaguar, donde se encontró la tumba de uno de los principales reyes mayas; el Señor Cacao, así llamado porque uno de sus símbolos era una semilla de cacao.

Por otra, la Pirámide de las Máscaras, con una vista espectacular de la plaza, y dedicada a una de las esposas del Señor Cacao.

A los lados, la acrópolis norte y central, con sus templos, palacios y tumbas. Realmente, el sitio merece la pena.

Decido perdonar la comida, me apaño con un par de gominolas que he traído de Alcalá (cortesía de la UAH, por cierto: aunque se suponga que están caducadas están bien ricas) y me quedo en lo alto de uno de los templos de la Gran Plaza leyendo un rato en el Ebook. Sobre las tres y media se vuelve a poner a llover fuerte y decido emprender el regreso al hotel. Estoy cansado, lo cual no es de extrañar, porque llevo casi doce horas sin parar, desde las cuatro de la mañana, salvo por el rato del desayuno.

Intentaré descansar un poco, darme una ducha y afeitarme, cenar e irme pronto a la cama. Mañana llega la excursión a Punta de Chimino, con otra experiencia de selva.  

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