lunes, 30 de diciembre de 2013

De Chiminos a Ceibal, y de Flores a Copán... en 16 horas de autobús


En torno a las seis y media de la mañana me despierto con el ruido de los pájaros que revolotean entre los árboles. A las siete y media bajo a desayunar. Me uno a las dos americanas que conocí ayer. Hablamos sobre los sitios que han visitado en Guatemala, sobre Tikal, que tienen previsto conocer al día siguiente, y sobre temas diversos, incluidos los riesgos de Facebook y otras redes sociales J

A las ocho partimos en la lancha hacia Sayaxché, para que el jefe le dé gasolina al lanchero, y poder después remontar el río de la Pasión hacia Ceibal, otro de los principales enclaves maya. La navegación por el río y la laguna vuelve a ser espectacular, aunque acercándonos a Sayaxché se advierten los signos de actividad humana: agua más sucia e incluso alguna botella ocasional de coca-cola flotando en el río. Desde Sayaxché partimos hacia Ceibal, parando antes un minuto en casa de Armando, a orillas del río, para dejar mi equipaje. En total, son casi dos horas de navegación. Ceibal es, nuevamente, un enclave sin apenas visitantes. El entorno es selvático, muy parecido al de Chiminos, aunque más extenso, claro.


Se aprecian algunos restos de construcciones mayas, pero la mayor parte está aún sin excavar. Lo más impresionante desde el punto de vista arquitectónico son las estelas, algunas muy bien conservadas.


El potencial de estos sitios para el turismo, y el de todo el país en general, es brutal, pero no parece que al gobierno guatemalteco le interese mucho potenciarlo. Nada sorprendente teniendo en cuenta la sucesión de dictaduras y gobiernos elitistas, supuestamente democráticos, que se perpetúan en el poder desde hace décadas, con la connivencia de Occidente y de sus grandes compañías. A día de hoy más de la mitad de la población sigue viviendo por debajo de la línea de la pobreza.

Por el camino, nos encontramos con tres chicos jóvenes con machete recogiendo el fruto de un árbol.  No parecen demasiado amigables. Lo de ir acompañado del lanchero está bien, por si las moscas. Como en Aguateca, los senderos están llenos de barro y son bastante resbaladizos, por lo que hay que descender con cuidado. Afortunadamente, llevo mi palo de caminar, que estuve a punto de olvidarme y eché a la mochila la misma mañana que salí de España.


Tras la visita a Ceibal regresamos a Sayaxché. Almorzamos en la lancha y en un punto determinado el lanchero dice que se ha quedado sin gasolina. Por suerte, no se refiere a que haya agotado la lata que le dio el patrón. De modo que arranca un trozo de goma con los dientes, tras intentarlo infructuosamente con el cuchillo de plástico del picnic, y saca la gasolina de la lata.

Durante el recorrido de vuelta nos fijamos de nuevo en una finca de selva virgen, justo al lado de Ceibal, que está en venta. También, en una explotación petrolífera. Como ha hecho algún otro país de la región, Guatemala ha comenzado a extraer petróleo de la selva, aunque todo se exporta a Estados Unidos: aquí no hay refinerías. También es apreciable la deforestación de algunas partes de la selva. Un problema serio, pues talan o queman extensiones enteras de terreno para cultivarlo o explotar las palmeras. En algunos casos, el turismo sostenible puede servir de antídoto a estas tentaciones, como en Punta de Chiminos.

Algo menos de una hora después de salir de Ceibal estamos de vuelta en Sayaxché. Recogemos mi equipaje, me despido de Armando y me recoge en coche Carlos, el mismo chico que me trajo a la ida. Llegamos al aeropuerto de Flores sobre las tres y media. El vuelo no sale hasta las ocho y el aeropuerto es diminuto, sin apenas luz ni para leer, de modo que tengo tiempo de sobra para aburrirme. Salgo del aeropuerto después de facturar el equipaje, cruzo la carretera y saco dinero de un cajero. Luego me acerco a un café a tomar un zumo y un helado para matar el tiempo y regreso al aeropuerto. Cuando falta media hora para facturar, el encargado de la aerolínea me pregunta si me han informado ya sobre la cancelación del vuelo. Le digo que es la primera noticia, aunque es verdad que había oído algún comentario entrecortado al respecto por parte de una familia sentada cerca de mí, comentarios que no había llegado a hilvanar. El caso es que desde hace más de una hora el vuelo está cancelado y nadie se había molestado en informarme. Ha habido una erupción volcánica en El Salvador y, como el avión viene desde allí, esta noche no saldrán los vuelos y, según me dicen, puede que mañana tampoco. Pregunto por una indemnización o devolución del billete, pero la respuesta es que eso lo tengo que pedir en las oficinas de Ciudad Guatemala!!! Como insisto en que no me voy a acercar hasta allí, siendo extranjero, me dicen que reclame por Internet, pero que ellos no pueden ayudarme. Al menos, me dejan hacer una llamada para avisar al hotel de Ciudad Guatemala de que no tienen que ir a recogerme al aeropuerto y me buscan un taxi para ir a la estación de autobuses. A la mañana siguiente tengo que coger un autobús a las cinco de la mañana hacia Copán, en Honduras, y quiero ver si hay posibilidad de llegar a tiempo.

El taxista me dice que hay dos líneas de autobuses que hacen el trayecto hasta Ciudad Guatemala: Fuentes del Norte, con mayor frecuencia de salidas, y Línea Dorada, que hace el trayecto sin paradas, y que ésta es la mejor con diferencia. Recuerdo haber mirado la información cuando consideré viajar a Flores en autobús nocturno en vez de en avión. El taquillero de Línea Dorada me dice que les queda un único billete para el autobús de las nueve de la noche (soy afortunado), que es el autobús “de lujo”, y que llega a las seis de la mañana. Me acerco a la taquilla de Fuentes del Norte, junto con el taxista, para ver si alguno de sus autobuses sale antes y llega a tiempo de poder tomar mi siguiente transporte, hacia Honduras. El primer autobús de Fuentes del Norte llega a las cinco y media de la mañana, de modo que no lo dudo y me enrolo con Línea Dorada. Compro un poco de agua y unos bollos por si me entra hambre y me siento a esperar el autobús.

Sobre las nueve menos veinte abordamos el autobús. Un guardia registra el equipaje muy someramente y nos pasa un detector portátil de metales, sin mucho entusiasmo, todo hay que decirlo. El primer “lujo” del autobús es que tiene Wifi, lo cual, pienso, me permitirá cambiar mi billete hacia Honduras, con Hedman Alas, para el autobús de esta misma empresa que sale sobre las ocho y media de la mañana. Por desgracia, canto victoria demasiado pronto. Preguntamos la clave del Wifi al conductor, que nos remite al taquillero. Éste dice que cree que debemos teclear cinco veces la letra “a” o la “e”. Con el pequeño detalle de que la clave Wifi implica al menos ocho caracteres. Varios de los pasajeros intentamos todas las combinaciones habidas y por haber con la letra “a” y la “e”, en mayúsculas, en minúsculas, combinando las dos letras… Pero no hay manera. El taquillero se marcha prometiendo averiguar la clave correcta, pero el autobús sale y nadie puede conectarse al Wifi. Es un detalle menor, pero que a mí me acaba de jorobar la posibilidad de cambiar o anular mi billete.

El autobús es relativamente cómodo, con asientos reclinables. Nos entregan también unas galletas y un zumo. Como todo no puede ser bueno, tienen el aire acondicionado a tope. Parece el polo norte. Por suerte, tuve la precaución de coger ropa de abrigo, y me pongo encima un forro fino y el forro polar que utilizo en Cercedilla (ya había leído en algún foro de Internet que el aire acondicionado lo ponían fuerte, y además me daba miedo pasar frío de noche en un viaje tan largo). Algún pasajero le pide al conductor que apague el aire acondicionado, pero aunque dice que sí, lo quitan tan solo un rato y lo vuelven a poner de nuevo. Así toda la noche. Algo absurdo, pues todo el mundo está enrollado en las dos mantas finústicas que nos han entregado y no hace ni gota de calor. Al contrario, se siente verdadero frío y, aunque con las capas de ropa que llevo encima la cosa resulta soportable, la noche es mucho más incómoda de lo que podría haber sido. Es difícil dormir con esta sucesión continua de instantes de tranquilidad térmica (los escasos ratos que apagan el aire) y corrientes heladoras. La alternancia es casi peor que si hubiesen dejado el aire encendido todo el rato. La primera parte de la noche me enchufo los cascos de mi Ipod con la música de gregoriano de Silos que me regaló mi madre. Me acuerdo de cuando, al poco de regalarme los CDs, viajé a California y de cómo escuché esta misma música en el avión y en el autobús que me llevaba de Los Ángeles a Santa Bárbara para calmar los nervios de la primera salida en solitario lejos de casa. Al final, consigo dormir a ratos, hasta las seis de la mañana, cuando empieza a haber movimiento en el autobús.

Acabamos llegando a Ciudad Guatemala pasadas las siete de la mañana, tras 10 horas de viaje. Tomo un taxi a la estación de Hedman Alas, donde llego sobre las siete y media. El autobús sale a las ocho, me dicen, pero ya está completo y es el único que hay. Contaba con esta posibilidad, lógicamente. El Plan B es tomar otro autobús a Antigua, o un taxi si es necesario, y anular la miniescapada a Copán. Como el taquillero me dice que va a ver si se puede hacer algo, espero en la estación. Veinte minutos después le pregunto de nuevo y, mucho menos colaborador, me dice que están vendidos todos los billetes y no hay nada que hacer. Decido esperar por si alguien falla. En esto veo que hay más gente en la misma situación. Una chica ecuatoriana que también viaja hacia Honduras propone que veamos la posibilidad de juntarnos varios para alquilar algún transporte, si no es demasiado caro. Finalmente, no hace falta. El taquillero nos dice que nos va a vender billetes a todos los que estamos en la misma situación. Parece ser que cambian la minifurgoneta que tenían prevista por un autobús, que acaba saliendo a las nueve y media, en vez de a las ocho, que era la hora original. Ahora hasta sobra sitio y tenemos varios asientos para cada uno. J

Nuevamente, aire acondicionado helador. Acceden a apagarlo un rato, pero como los pasajeros de atrás piden que abran la ventanilla (ahora sí hace algo de calor) acaban enchufándolo todo el viaje. Al menos son coherentes y lo dejan todo el tiempo conectado. Pero la experiencia sigue siendo surrealista: estar casi en el trópico pasando más frío que en la montaña. Juro que me arrepiento de no haber sacado el gorro que llevo en la mochila y que eche al equipaje por si acaso. Mañana me lo llevo en la mochila pequeña para el viaje de vuelta.

Sobre la una y media llegamos a la frontera. Casi una hora para el control de inmigración y como 15 minutos después llegamos a Copán Ruinas, el pequeño pueblo donde está enclavado el yacimiento arqueológico. En total, más de seis horas de viaje. Recojo la mochila y tomo un tuk-tuk para mi hotel: Casa de Café. El conductor me dice que me alojo muy lejos de la plaza principal. Es verdad que está a las afueras del pueblo, pero como comprobaré después, y pensaba, las distancias son muy pequeñas. En 6-7 minutos caminando se llega al centro del pueblo.

El pequeño hotelito resulta encantador y muy acogedor. Rodeado por montañas de café y con un precioso patio con mesitas para sentarse, donde me dicen que sirven el desayuno. Las encargadas son la amabilidad personificada, con esa dulzura en el hablar que caracteriza a algunos latinoamericanos. Me traen agua purificada y me dicen que puedo pedir en cualquier momento, sin cargo, té, limonada, café o chocolate. Y con cargo, otras bebidas y alguna cosa ligera que comer.

Según entro en la habitación, me avisan de que tengo una llamada desde España. Es Feli, que estaba preocupada al no saber nada de mí en varios días. Vuelvo a la habitación y, al cabo del rato, decido acercarme al pueblo. Estoy muy cansado, pero al menos quiero dar una vuelta y prefiero hacerlo de día. Para la cena, pienso, puedo comprar algo en el pueblo y comerlo en el patio, junto con alguna otra cosa que encargue en el hotel.

El pueblo es muy pequeño, pero tiene encanto, lleno de vida, con las calles empedradas y casas pintadas de colores pastel. De hecho, agrada comprobar que no se trata del típico pueblo de turistas, sino de un sitio que aún conserva su autenticidad. La plaza está llena de gente. En un flanco, una pequeña iglesia colonial y un café con terraza en el segundo piso, el Café Colonial, desde donde se contempla toda la plaza.


Paso al Café Colonial y pido una hamburguesa para llevar. Aguardo observando la plaza mientras la preparan, junto a un grupo de americanos que toman una cerveza en la terraza. Luego, regreso al hotel. Lo primero, me afeito y me pego una ducha. La felicidad es absoluta, pues tras titubear y salir tibia, el agua acaba saliendo verdaderamente caliente. Creo que es la primera ducha realmente caliente que tomo desde que salí de España. Me pongo ropa limpia y me siento en el patio que rodea las habitaciones. Encargo un tamal con pollo y una coca-cola para acompañar a la hamburguesa que he comprado. Y para rematar el lujo, un trozo de pastel casero de zanahoria con helado de chocolate, y un batido de banana. Es, quizás, un exceso, pero hay que tener en cuenta que en un día y medio tan solo he comido unas almendras y un poco de chocolate que traje de España (por si me hacía falta), unas gominolas que compré en el aeropuerto, de nuevo en plan previsor, las galletitas que me dieron anoche en el autobús y, lo más contundente, en la comida de hoy, dos empanadillas y una especie de tortilla de maíz enrollada que me han dado en el autobús que me ha traído hasta Copán.

Aunque la cancelación del vuelo me ha dejado poco tiempo para ver las ruinas (mi autobús sale mañana a las dos y veinte), me alegro de haber venido. Madrugaré para intentar estar a las ocho cuando abran y tener al menos cuatro o cinco horas para la visita.   

Descanso en el último enclave maya


Hoy toca descanso. Me despierto sobre las siete y media, a pesar de que amanece antes y de que la cabaña no tiene paredes. En realidad, me despierta el ruido del agua cayendo. Pienso que es el sonido del agua pasando por las tuberías, pero acabo comprobando que es una fuga de agua debajo de mi cabaña. Bajo a desayunar y le comento al encargado que se ha roto una cañería (de hecho, no hay agua en el lavabo). El matrimonio que se hospeda en Chiminos con sus hijos me invita a unirme a ellos para desayunar. Él trabaja como profesor y director de un departamento de medio ambiente en la universidad y ella enseña inglés a niños. Después, ellos se marchan a visitar Aguateca y yo regreso a mi cabaña. Cuando arreglan la tubería, me doy una ducha. Con agua fría, eso sí, porque el agua caliente no funciona. Más tarde, veo al encargado cambiando las pequeñas bombonas de las cabañas y me comenta que se han acabado y por eso no había agua caliente. Mañana habrá más suerte, quizás.



Paso casi toda la mañana paseando por los senderos de la isla. La naturaleza es abrumadora. Un paisaje selvático repleto de animales y de vegetación apabullante. Veo y escucho multitud de pájaros, monos araña y monos aulladores. Aunque la isla es pequeña, estoy totalmente solo en los senderos, lo que proporciona la sensación de estar perdido en mitad de la jungla. Visito los restos arqueológicos, incluyendo una pequeña estela, y también veo los otros cuatro bungalows, repartidos por la isla. Dos de ellos tienen pinta de no haber sido utilizados en mucho tiempo, lo que confirma mi impresión de que esta zona tiene muy poco turismo.  Aprovecho también el paseo para reflexionar sobre los acontecimientos pasados --la muerte de Zira, el trabajo, esa sensación de soledad de las últimas semanas-- y para pensar en el futuro. La conclusión principal: aquella a la que llego siempre. La importancia de aprovechar el día a día, porque la vida siempre resulta breve. En cierto sentido, este viaje forma parte de ese buen propósito,  

De vuelta a la cabaña, leo un rato antes de almorzar. Después de la comida me despido del matrimonio y sus hijos, que prodiguen el viaje. Leo otro rato en el muelle del restaurante y en el porche de mi cabaña, doy otro paseo meditativo por la isla al caer la tarde y bajo al muelle antes de cenar. Charlo con dos americanas que llegaron hace un rato y que me invitan a unirme a ellas para cenar. Y con esto se acaba el día. Un día de descanso como no tenía otro desde hace tiempo. Pero también un día que trae a la memoria los fragmentos de esa vida diaria que he dejado atrás por un breve intervalo de tiempo, en ese limbo que siempre son las vacaciones. Mañana, decido, iré a Ceibal, otro de los principales yacimientos mayas.


Mi Amazonas particular


Me levanto a las 6 para estar desayunando a las 7. Antes de las siete y media, que es la hora a la que habíamos quedado, llega Carlos, un chico joven que viene a buscarme para llevarme en coche hasta Sayaxché, donde tengo que tomar la lancha para llegar a Punta de Chiminos. El viaje hasta Sayxché dura unas dos horas y media. La distancia no es demasiado grande (más o menos, 130 kilómetros) pero hay muchos tramos de carretera donde hay que conducir despacio: baches, gente caminando al borde de la carretera, perros  y cerdos que se cruzan…

En Sayaxché cambio de transporte. Tomo una lancha para llegar hasta el hotel Punta de Chiminos, donde me hospedo, a orillas del lago Petexbatún, en una isla artificial que construyeron los mayas. Este fue, de hecho, el lugar donde se refugió una de las principales civilizaciones mayas, antes de desaparecer, según una de las hipótesis al respecto que barajan los arqueólogos.

La historia sería la siguiente. En el siglo VII d.c., uno de los príncipes de Tikal, Balaj Chan K’awiil, fue enviado, cuando contaba tan solo con cuatro años de edad, a reinar en una ciudad vecina: Dos Pilas, que tenía un valor estratégico para controlar el Río Pasión, una de las principales vías de comunicación de los mayas. Se cree que en esa época Tikal estaba en guerra con Calakmul, otra ciudad maya, hoy día situada en México.  En su reinado, Balaj Chan K’awiil fue derrotado por Calakmul, de quien se convirtió en vasallo, enfrentándose en su nombre al rey de Tikal, uno de sus hermanos, quien fue llevado a Dos Pilas y sacrificado. En el siglo VIII Dos Pilas fue atacada por una ciudad vasalla: Tamarindito. Las ciudades maya no tenían apenas protecciones militares, algo que los historiadores han interpretado como evidencia del carácter “ritual” de los conflictos armados. Las guerras entre las ciudades suponían la captura y sacrificio del rey rival, y de sus más allegados, pero no implicaban la muerte o esclavitud del “pueblo común”, ni la destrucción de la ciudad conquistada.

En el periodo en que Dos Pilas fue atacado esto pudo empezar a cambiar, lo que para algunos arqueólogos explicaría la desaparición repentina, en poco más de cien años, de toda la civilización maya. En Dos Pilas se han encontrado restos de murallas y fortificaciones militares, en algunos casos erigidas a costa de la destrucción de los palacios y templos, lo que evidenciaría la desesperación de los habitantes de la ciudad por protegerse. Ante estos ataques, de una violencia desconocida hasta ese momento, la nobleza de Dos Pilas se trasladó a Aguateca (la segunda ciudad más importante del país), confiados en que allí podrían resistir cualquier invasión, pues Aguateca está protegida por una barrera natural, siendo accesible únicamente a través de una profunda sima, a modo de desfiladero. Lamentablemente para ellos, Aguateca acabó siendo destruida. Una teoría sostiene que el ataque tuvo lugar desde Punta de Chimino, donde está situado mi hotel. Pero la teoría más extendida mantiene que  Punta de Chimino fue fundada por los supervivientes de Aguateca. Se trata de una península, que los mayas convirtieron en una isla, excavando tres grandes fosos, que se inundaban con el agua del río, y que contaba con una empalizada defensiva para separar los distintos fosos. Punta de Chiminos habría sido el último enclave maya. En los senderos del hotel se conservan algunos restos arqueológicos: una estela y un juego de pelota, sin excavar; y se puede ver uno de los fosos y el lugar donde estaba situada la empalizada militar. 

El viaje en lancha hasta Chiminos es simplemente espectacular. No hay palabras para describir la belleza del paisaje a medida que avanzamos por el río Petexbatún, primero, y por la laguna del mismo nombre, después. En algunos tramos el río es ancho, con fértil vegetación en las orillas. En ocasiones, nos metemos por “atajos”, según los denomina el lanchero, aprovechando que el río todavía tiene caudal suficiente en esta época del año. Así, navegamos por canales estrechos, con las ramas de los árboles golpeando la lancha. Es, simplemente, uno de los mejores viajes que he tenido la oportunidad de hacer por río. Se trata, me atrevería a decir, de mi Amazonas particular, pues salvo al comienzo del viaje, cuando encontramos algunas canoas que transportan madera, recorremos el río en completa soledad, admirando el paisaje y disfrutando de la tranquilidad del paisaje, interrumpida tan solo por algún avistamiento de animales: monos, una tortuga y un cocodrilo.


Llegamos al embarcadero del hotel una hora después. El hotel es impresionante. Cinco cabañas en plena selva, provistas de un porche con vistas al río.

En la puerta de mi cabaña (la Norte 1) me entretengo observando a un mono araña mientras come colgado boca abajo. También veo, y sobre todo escucho, monos aulladores.


Las cabañas, por otra parte, son inmensas y con una decoración preciosa, con mosquiteras en vez de paredes y techo, lo que incrementa la sensación de estar rodeado de selva. En fin, un verdadero lujo, con mayúsculas. Almuerzo en el porche cubierto del hotel, junto al embarcadero. La comida, muy buena, aunque para postre me ponen un plato repleto de sandía, la única fruta que aborrezco, junto con el melón, y que ya me tocó comer antes de ayer, por eso de no dejártelo en el plato. Esta vez no va a ser menos y engullo los trozos de sandía con fruición. Me recuerda a cuando mi amigo Luis Alberto y yo estuvimos, de niños, en un campamento en Sanlúcar de Barrameda, dirigido por uno de sus tíos, y este se empeñó en que comiésemos todo aquello que no nos gustaba, incluyendo, cómo no, abundante sandía. 

Tras el almuerzo salimos para Aguateca. Armando, el lanchero, que en tiempos fue marinero, me pregunta si prefiero hacer el viaje hoy o dejarlo para mañana. Aunque en principio dudo, creo que prefiero hacer la excursión hoy y aprovechar el día de mañana para descansar y disfrutar del entorno de Chiminos. El viaje a Aguateca supone otros 20 minutos de espectacular navegación hasta llegar al embarcadero del yacimiento.
Recorremos Aguateca totalmente solos, Armando y yo, salvo por una pareja colombiana y americana que encontramos en un momento dado. La primera parte del recorrido implica descender por senderos hasta llegar a la gran grieta.

Caminamos despacio, porque el terreno es muy resbaladizo. Nos ponemos de barro hasta las cejas, pero el recorrido merece la pena. Paramos en un mirador donde pueden contemplarse el río y la laguna. Charlando con Armando, me dice que soy de los pocos turistas que viaja solo. En realidad, todo hay que decirlo, el norte de Guatemala es, por lo que he podido comprobar hasta ahora, una zona relativamente virgen para el turismo extranjero. Tienen unos sitios de belleza incomparable casi sin explotar. Esto puede tener el inconveniente de disuadir un turismo masivo, pero resulta una verdadera gozada a poco que uno esté dispuesto a viajar de manera independiente. Puedes visitar ruinas y selvas espectaculares prácticamente solo, sin que te asalte ningún vendedor o atrapa turistas y disfrutando de momentos de verdadera tranquilidad. La cruz de la moneda: sí, la seguridad. Armando se queja de que muchos visitantes dejan de venir a Guatemala por miedo a la falta de seguridad, un temor exacerbado por Internet, según dice.


él mismo me reconoce que soy uno de los pocos viajeros que viaja en solitario y admite que los grupos grandes suelen contratar seguridad armada. Me cuenta que también en esta zona ha habido asaltos en el pasado en la carretera que lleva a Flores, y que incluso hace un par de años atacaron una lancha en el río. De momento, yo no he tenido ningún problema, quizás porque la cosa está ya más tranquila desde hace un par de años, como afirma Armando.    

El trayecto por la grieta es corto, pero intenso, pues hay que ir descendiendo primero y ascendiendo después por entre las rocas, agarrándose a los asideros en algunos tramos. Al salir de la grieta llegamos al lugar donde se encuentran los restos de los palacios y otras construcciones civiles. Vemos también reproducciones de algunas estelas y alguna construcción religiosa.


En general, Aguateca me parece imponente, no solo por las ruinas, relativamente pequeñas, sino sobre todo por el entorno y la tranquilidad. Parece mentira que un sitio como este sea tan poco conocido. En otras circunstancias, haría colas de turistas para visitarlo. En cambio, a la salida, me fijo en el libro de visitas (ni siquiera hay una taquilla o un guardia) y veo que, en la última semana, el día que más personas ha habido ha sido cinco. Otro día han venido tres visitantes; otro, dos…

Regresamos navegando hasta el hotel, con la luz más baja y por tanto con el paisaje aún más bonito. En el hotel hay ocupada únicamente otra cabaña, con un matrimonio, formado por un guatemalteco y una norteamericana, y sus dos hijos. Paso un rato en el porche de mi cabaña admirando el paisaje y observando a los monos. Como, sorprendentemente, hay cobertura de móvil, aprovecho para reservar el asiento de mi vuelo de vuelta. Queda aún un asiento junto a la salida de emergencia. Son 65 euros de coste, frente a los 30 de un asiento normal, pero agradeceré mucho el espacio extra, al igual que a la ida.

Al rato, bajo al embarcadero y a la zona del restaurante. Veo que el otro grupo ya está cenando, aunque son solo las cinco. Me preguntan a qué hora quiero cenar yo, teniendo en cuenta que la luz la dan únicamente cuatro horas, de cinco y media a nueve y media. Respondo que a las cinco y media está bien. Me siento a ver anochecer desde el embarcadero y charlo un rato con el lanchero. La cena está nuevamente muy rica, y esta vez de postre acabamos con mousse de chocolate. ¡Dónde va, en comparación con la sandía! Tras la cena, charlo un rato con el matrimonio. Dan la luz, pero dura poco tiempo, porque se estropea, aunque realmente se agradece estar a oscuras en el embarcadero. Poco antes de que vuelva la luz, el matrimonio se retira. Al cabo, yo hago lo propio. Aprovecharé las horas de electricidad para escribir esta entrada del diario, aunque la suba a Internet dentro de unos días, y para estar un rato sentado a oscuras en el porche de la cabaña. Luego a dormir, que los monos aulladores harán de despertador temprano. De hecho, a la que escribo estas líneas, los oigo moviéndose por las ramas.


jueves, 26 de diciembre de 2013

Amanecer en Tikal



A pesar de que está nublado y llueve un poco, el madrugón merece la pena. A las cuatro y media emprendemos una pequeña caminata hasta llegar a una de las pirámides del parque. Por el camino, el guía nos señala un par de huellas de jaguar. Al llegar a la pirámide, nos unimos a un grupo más grande, con un guía del parque. Comenzamos una marcha de unos cinco kilómetros. El guía del parque es realmente bueno y las explicaciones que da sobre las pirámides, estelas y altares merecen la pena. Como curiosidad, algunos de los altares tienen grabada la figura de una persona atada, una alusión a los sacrificios humanos que los mayas practicaban en homenaje a sus deidades, al igual que otros pueblos prehispánicos. Incluso, parece ser que en el juego de la pelota se sacrificaba al vencedor, que lo consideraba un gran honor.

Sobre las cinco y media llegamos al Templo IV, el Templo de la Serpiente Bicéfala, desde donde vamos a contemplar el amanecer. El nombre proviene de uno de los grabados del dintel de la pirámide, actualmente en un museo de Suiza. Se trata de la pirámide más alta del parque (70 metros) y de todo el mundo maya. Aunque el día sigue nublado y comienza a llover con más fuerza, por lo que el amanecer no es particularmente bonito –y tampoco se aprecia demasiado el “despertar” de los animales—disfruto de la calma relativa desde lo alto de la pirámide, viendo cómo se va desvaneciendo la noche.

Tras bajar de la pirámide, recorremos algunos de los templos que visité ayer, como El Mundo Perdido, una de las primeras construcciones del parque, así llamada porque su forma es diferente al resto (pirámide truncada). Era un observatorio astronómico, alineado con otras pirámides, de modo que su sombra se proyectase en el templo en determinados momentos del año (solsticios y equinoccios). También vemos la Gran Plaza de Tikal, tanto de noche como después de amanecer. En parte del recorrido el grupo se divide en dos: mi guía se queda con los hablantes de inglés y los hispanohablantes se van con otro. Como me están gustando mucho sus explicaciones, me quedo con los yanquis. Además, así practico mi inglés “arqueológico”.

De regreso al hotel, sobre las nueve y media de la mañana, tomo un “desayuno guatemalteco” (con plátano frito  y huevo, entre otras cosas). En principio, pensaba descansar un rato, pero como la habitación no está lista y veo que van más bien lentos decido volver al parque y explorar por mi cuenta algunos de los templos que visité ayer con la guía.

De camino al templo VI, el más alejado, me desvío por un sendero de selva, relativamente estrecho a ratos, por el que voy totalmente solo.
Es un paseo de 25 minutos. Muy agradable (salvo por los mosquitos), aunque yo por si acaso no dejo de mirar al suelo por si se mueve alguna rama…

De regreso a uno de los caminos principales, se pone a diluviar. Me refugio en una especie de porche cubierto de uralita, pero al final acabo saliendo con el impermeable, porque media hora después sigue lloviendo a cántaros. Ya no dejará de llover, salvo a ratos, en todo el día. De camino al templo VI estoy a punto de darme la vuelta, porque todo el camino está inundado y no hay por donde pasar. Pero acabo apañándome, desviándome por un lateral del camino y saltando algunos troncos.



Visito de nuevo el templo VI, el Palacio de las Acanaladuras, la explanada de los siete templos, donde están los restos del único juego de pelota triple del mundo, el Mundo Perdido… La verdad es que disfruto mucho de volver a ver los templos con calma, a mi aire, y casi solo. Claro, que con el barrizal que hay en algunos caminos cualquiera se aventura por ellos. La excursión me sirve para darme cuenta de la inmensa importancia del yacimiento, a la altura de otros grandes monumentos, como las pirámides de Gizah o los templos de Angkor. A esto se suma el entorno natural. Cuando volvía del templo VI se escuchaba a los monos aulladores. El sonido es impresionante. 

Acabo la excursión nuevamente en la Gran Plaza, con sus dos pirámides enfrentadas: por una parte, la Pirámide del Gran Jaguar, donde se encontró la tumba de uno de los principales reyes mayas; el Señor Cacao, así llamado porque uno de sus símbolos era una semilla de cacao.

Por otra, la Pirámide de las Máscaras, con una vista espectacular de la plaza, y dedicada a una de las esposas del Señor Cacao.

A los lados, la acrópolis norte y central, con sus templos, palacios y tumbas. Realmente, el sitio merece la pena.

Decido perdonar la comida, me apaño con un par de gominolas que he traído de Alcalá (cortesía de la UAH, por cierto: aunque se suponga que están caducadas están bien ricas) y me quedo en lo alto de uno de los templos de la Gran Plaza leyendo un rato en el Ebook. Sobre las tres y media se vuelve a poner a llover fuerte y decido emprender el regreso al hotel. Estoy cansado, lo cual no es de extrañar, porque llevo casi doce horas sin parar, desde las cuatro de la mañana, salvo por el rato del desayuno.

Intentaré descansar un poco, darme una ducha y afeitarme, cenar e irme pronto a la cama. Mañana llega la excursión a Punta de Chimino, con otra experiencia de selva.  

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Tikal


A las 7,30 estamos ya en el aeropuerto de Flores. Bajamos de la avioneta, atravesamos la pequeña pista de aterizaje y tras recoger el equipaje estoy listo para salir hacia Tikal. A la salida del aeropuerto hay varias personas ofreciendo transporte. Me ofrecen transporte al Jungle Lodge, donde me hospedo, por 350 quetzales. Al poco de montar en el coche el conductor se percata de que quiero ir al Parque Nacional (al parecer hay dos Jungle Lodges). Me dice que está a más de una hora de camino y que había asumido que iba al otro hotel, más cercano, por lo que el viaje se incrementa hasta 450 quetzales. Le regateo hasta 400 y acepto. Mientras para a poner gasolina, aprovecho para sacar dinero de un cajero, cogiendo primero la mochila pequeña, por si acaso. El tío parece legal, pero como todo el mundo me insiste tanto en el tema de la seguridad no me fío. Si se marcha,que al menos solo se lleve la mochila grande, donde no hay nada de valor.

Para llegar a Tikal tomamos una carretera que no es que tenga baches, es que es un puro bache y socavón, sobre todo en la primera parte. El conductor tiene que pararse continuamente o pasarse al carril contrario para evitar los socavones.

Por el camino recogemos a una chica que se dirige también a Tikal para trabajar como guía. Se ofrece a guiarme en la visita al yacimiento por 350 quetzales. Lo pienso y le digo que sí. No me arrepiento, porque las ruinas se comprenden mejor cuando alguien te explica su historia y características. Paramos un momento en el hotel para dejar el equipaje y nos dirigimos al yacimiento, que está pegado al hotel. 

Tikal es uno de los principales conjuntos de ruinas mayas del mundo: sobre todo, templos en forma piramidal, aunque también se conservan restos de algunos edificios civiles. Todavía hay un número de ruinas muy importante por excavar, por falta de financiación. El yacimiento está en plena selva, lo que añade encanto a la visita. Por el camino, vemos monos aulladores y araña, ardillas y, sobre todo, pájaros de muy diversos tipos. Parece ser que también hay bastantes serpientes Barba Amarilla, que es el nombre que le dan aquí a la serpiente de terciopelo, de la que me hablaron también en Costa Rica. Muy agresiva y venenosa. Le pregunto a la guía si ha habido ataques recientes y me dice que sí, que hace un par de meses. En uno de los puntos de selva en que nos paramos, Fabiola, que así se llama la guía, me dice que ahí hay casi con toda seguridad barbamarías. No nos metemos a comprobarlo, claro… 

La primera parte de la visita la hacemos prácticamente solos la guía y yo, casi hasta llegar a la Gran Plaza, donde sí que hay ya más turistas y muchos guatemaltecos que han venido a pasar el día de Navidad con la familia. Tengo la oportunidad de subir a un par de pirámides con unas vistas espectaculares, aunque la vista que verdaderamente corta el aliento es la de la Gran Plaza, el conjunto principal de pirámides y edificios de Tikal. 


Caminamos casi cinco horas, antes de poner fin a la visita y volver al hotel, no sin algunas pequeñas agujetas, de tanto subir y bajar escalones. Decididamente, la vida de vicerrector no me sienta nada bien. Tengo que retomar mi dosis diaria de ejercicio cuanto antes…

Despido a Fabiola y le doy una propina de 50 quetzales, además del precio convenido. No lo ha hecho mal y hay que tener en cuenta que hoy es, además, Navidad, con lo cual trabajar será particularmente gravoso. Almuerzo en el restaurante del hotel, donde la pachorra de las camareras me recuerda una escena que Roberto y yo vivimos hace unas semanas, cuando comimos en un restaurante de Alcalá (el Gringo Viejo). La camarera, de origen sudamericano, pedía permiso a una mano para mover otra. Pues bien, al lado de los camareros del hotel, esta mujer parecería francamente espabilada. En un momento dado, hay tres camareros a la vez para cambiar el mantel de una mesa pequeña :)

Sobre las cuatro regreso a Tikal para ver atardecer desde la Gran Plaza. El paseo a esta hora por los caminos de selva merece la pena. Visito la Acrópolis Norte, que no pude ver esta mañana. Lo hago totalmente solo. La experiencia me recuerda a la que tuve en algunos momentos en los templos de Angkor, en Camboya, aunque Angkor es más espectacular. Luego, subo a una pirámide de la Acrópolis Central y me quedo observando el paisaje hasta que comienza a anochecer. Salgo del parque nacional cuando no hay apenas luz, encendiendo el frontal a ratos.

De vuelta al hotel descubro, para mi satisfacción, que hay agua caliente en la ducha. No es la ducha más caliente y con más presión que haya tomado, pero supone un verdadero lujo. Me acerco a la recepción a reservar la excursión del amanecer de mañana. 40 dólares que hay que pagar en el acto y en efectivo. Un robo, pero me gustaría ver amanecer desde lo alto de la pirámide 4, desde donde se divisa toda la selva. Fabiola me comentó que merece la pena, también por ver “despertarse” a los monos y otros animales. Al poco de pagarle, el recepcionista se acerca para advertirme de que, además, tendré que pagar una entrada de 100 quetzales por entrar al parque al amanecer y otra de 150 quetzales (la normal) si quiero regresar después. Bien está que saquen dinero con los turistas, pero se pasan ocho pueblos haciéndote pagar tres entradas en dos días.

Para después del amanecer, había pensado en acercarme a Yaxhá, otro yacimiento maya, a una hora de Tikal, pero por lo que leo no difiere mucho de Tikal (más pequeño y al lado de un lago, pero muy parecido) y el coste de acercarme allí (me piden 140 dólares más 40 para el guía) me parece excesivo. Descansaré un rato después de volver de la excursión del amanecer y luego regresaré a Tikal.

Ceno de nuevo en el hotel y me retiro a la habitación, porque mañana me despiertan a las cuatro. A este paso voy a acabar batiendo mi record de madrugones, y eso que estoy acostumbrado a estar en pie prontito. 

Rumbo Hacia Flores




A las 4,30 toco diana. Disfruto de la primera de mis duchas frías en Guatemala. Lo del agua caliente ya sé que no funcionará en varios sitios. Con lo poco bien que nos llevamos el agua fría y yo

 J 

A las cinco y un par de minutos ya estamos en el aeropuerto, para coger el vuelo de ls seis y media hacia Flores. Espera Tikal. 

La Toscana de Guatemala

Ya en tierras guatemaltecas. Llego al aeropuerto sobre las diez y media de la noche y a la salida, tras pasar inmigración y la aduana, me está esperando un taxi del Hostal Villa Toscana, como habíamos acordado. El viaje en avión hasta Panamá ha sido muy cómodo. Tenía la salida de emergencia, lo cual es una auténtica gozada, porque el espacio es más del doble de lo normal: puedes estirar las piernas y moverte un poco. A mi lado viajaba el marido de una azafata, con sus hijos detrás, que se han portado bastante bien, todo hay que decirlo. He dormido un par de horas, pero poca cosa.

Lo más pesado, la escala en Panamá. Son más de cinco horas y encima coincide con las horas de la madrugada en España, que es el biorritmo con el que sigo. En una hora me recorro las tiendas del aeropuerto. Y me quedan cuatro más…

Esta mañana, justo antes de salir, he descubierto que mi viejo netbook no cargaba; así que lo he tenido que dejar en casa y traerme el ordenador de la Uni. Pesa menos (poco más de un kilo), pero la batería no aguanta ni dos horas, frente a las siete u ocho del netbook. De modo que, en la escala, me he sentado en el suelo del aeropuerto de al lado de un enchufe a cargarlo. Como “compensación”, el aeropuerto de Panamá proporciona dos horas de Wifi gratuito, lo que permite pasar parte del tiempo consultando los periódicos. Ya podían aprender en Barajas…

Los trámites de inmigración y de aduana van muy rápidos, y a las 11 estoy en el hotel, que está realmente cerca, a un minuto en coche, en una urbanización cerrada con vigilancia, por lo de la seguridad.


Ahora a descansar, que mañana me toca salir de nuevo al aeropuerto para coger el vuelo de las seis de la mañana hacia Flores. De allí, directo al Parque Nacional de Tikal, uno de los puntos fuertes del viaje.


lunes, 23 de diciembre de 2013

VIAJE A GUATEMALA - NAVIDADES 2013



Este año el viaje de Navidades tiene como destino Guatemala. Retomo así mi costumbre de los últimos años de poner tierra por medio en estas fechas que tan poco agradables me resultan, una costumbre interrumpida el año pasado para poder pasar las Navidades con mi perra en Guardamar.





La verdad es que en esta ocasión los sentimientos que me asaltan ante el viaje son ambivalentes: por una parte, me apetece mucho conocer Guatemala, que es un país que me atrae desde hace tiempo. Por otra parte, las circunstancias que me han llevado a programar el viaje no son nada positivas (sobre todo, la muerte de mi perra en octubre, que aún sigue pesando, con muchos ratos de bajón psicológico). A esto se suman los pequeños problemas de salud de las últimas semanas y el cansancio laboral de los meses pasados, que hacen que no me encuentre "en plena forma".

Tal vez el viaje sirva para pasar página a una etapa vital no demasiado buena. O, cuando menos, espero, servirá para disfrutar unas semanas de otras tierras, otras gentes y otros horizontes.

Para aquellos que me habéis pedido el itinerario, por si me pierdo (Feli, Eloísa, Gema...), aquí va.

De todas formas, para vuestra tranquilidad, me han regalado una magnífica brújula con las coordenadas para volver a casa (cortesía de Roberto y Verónica). Así que seguro que me apañaré para regresar, a pesar de mi proverbial falta de orientación :)



Día 24 de diciembre: salida de Madrid con destino a Panamá (Iberia 6361). Salida de Panamá a Guatemala City (Iberia 7697). Llegada a Guatemala a las 22:40, hora local.

A la llegada me espera un taxi concertado con el hotel para llevarme al Hostal Villa Toscana, cerca del aeropuerto. Allí dormiré unas pocas horas, antes de salir de nuevo para el aeropuerto, sobre las cinco de la mañana.

25 de diciembre: salida desde Guatemala hacia Flores con el vuelo TA7972 de Taca. Salgo a las 6,30 y llego a las 7,40.

Desde el aeropuerto de Flores/Santa Elena me desplazaré hasta el Hotel Jungle Lodge, dentro del Parque Nacional. Allí pasaré dos noches, visitando las ruinas de Tikal. El sitio, en zona de selva, promete...

27 de diciembre: la parte más complicada del viaje desde el punto de vista del transporte. Saldré por la mañana hacia Sayaxché. Allí tengo que tomar una lancha (Manuel Martínez, teléfono 5913 6012) para llegar a Chimino's Lodge, en la zona sureste de Petén, en la selva. En Punta de Chimino pasaré dos noches.

Finalmente, hoy mismo, el día antes de salir, he contratado el desplazamiento desde Tikal a Sayaxché con el lanchero, a través del hotel Chimino's. Me vendrán a buscar a las 7,30 a Tikal. Es un poco caro (100 dólares), pero la opción de transporte público era complicada, pues primero debía llegar desde el Parque Nacional hasta Flores, luego tomar un autobús y finalmente la lancha.

Mi intención es dedicar un día a conocer las ruinas de Aguateca, a las que se llega también en barca, y otro, probablemente, a descansar y disfrutar de la naturaleza.

29 de diciembre: tengo que volver al aeropuerto de Flores, para tomar un vuelo de Taca hacia Guatemala a las 19:55 (llegada a las 21:00). Repito la jugada de la ida a la llegada al aeropuerto de Guatemala. Van a buscarme con un taxi del Hostal Villa Toscana, donde pasaré la noche.

30 de diciembre: toca madrugar, porque a las cinco de la mañana salgo hacia Honduras con la empresa de autobuses Hedman Alas (Copán Ruinas). Allí pasaré una noche en el Hostal La Casa de Café. Visitaré las ruinas de Copán y regresaré a Guatemala al día siguiente, saliendo a las 14.20 horas y llegando a Antigua a las 20 horas.

31 de diciembre: el fin de año y las dos noches siguientes las pasaré en Antigua. Dormiré en el Hostal Casa Cristina. Uno de los dos días completos que pasaré en Antigua tengo intención de subir al Volcán Pacaya y el otro lo dedicaré a conocer la ciudad colonial.

3 de enero: salgo hacia la zona del Lago Atitlán. Tomaré un autobús hacia Panajachel. En principio, me recogen a través del hotel de Santa Cruz de Atitlán donde me voy a quedar: Lomas de Tzununa. Cuando llegue a Panajachel, tengo que tomar una barca, que me dejará en el muelle del hotel.

Esta debería de ser la parte más tranquila del viaje. Mi propósito es conocer los pueblitos que están situados alrededor del lago, desplazándome en barca. Y, sobre todo, cargar las pilas para la vuelta. Como dicen que el Lago Atitlán tiene una energía especial, seguro que las pilas se cargan a tope...

6 de enero: regreso a Antigua, a Casa Cristina.

7 de enero: salida de Antigua hacia el aeropuerto, para tomar el vuelo de regreso: IB6342, salida a las 17:45 y llegada a Madrid a las 13:25 del día 8.

 Intentaré ir actualizando el diario de viajes periódicamente, aunque dependerá mucho de la cobertura de Internet. En la selva será que no.